Una escapada a Viena

Una escapada a Viena: imagen principal

No recuerdo si os lo he contado en el blog alguna vez pero estamos a hora y pico en coche de Viena, así que es relativamente fácil (si no eres como yo y tienes carné y coche) hacer una escapadita de vez en cuando a esa ciudad maravillosa.

La semana pasada vino una comitiva de T-Systems (la empresa donde trabajábamos Xavi y yo antes de la mudanza) a Viena por temas laborales y quedamos una noche para cenar todos, junto con las otras dos parejas españolas de «nuestro grupo» que residen en Bratislava. Para los curiosones, cenamos en el Salm Bräu, bebimos cerveza casera y —algo que no nos ha pasado nunca en Bratislava— tuvimos un camarero que hablaba español por lo que no pedimos accidentalmente nada demasiado exótico para nuestros paladares. Un par se atrevió incluso con el strudel de manzana y no pusieron caras raras, así que debe de ser fobia mía en exclusiva.

Ya que la comitiva tenía trabajo al día siguiente y las otras dos parejas de Bratislava se fueron en sus respectivos vehículos, Xavi y yo nos retiramos a nuestro hotel. Habíamos decidido la semana anterior —una de esas cosas de «en el último momento»— que pasaríamos esa noche en Viena, por lo que intenté reservar en mi hotel favorito, donde tienen un café muy bueno...

Lo sé, no debería ser el motivo para elegirlo, pero siempre que busco hoteles me leo los comentarios de los clientes con especial hincapié en el desayuno y el café. Y mi favorito, además del café bueno, está al lado del Prater, pero estaba lleno y acabé cogiendo el que me salió con una oferta.

Una escapada a Viena: habitación del hotel
La tele era minúscula por lo que te prestaban un par de prismáticos si decidías verla desde la cama

El hotel estaba bien (3 estrellas) pero la palabra más adecuada para definirlo era «antiguo». El edificio tenía la fachada en plena reforma, los muebles del interior venían claramente de otra época, los cuadros regios y severos no se movían pese a que parecían a punto de hacerlo (he visto demasiado Harry Potter) y las puertas eran de cerradura y llave de toda la vida (¡nada de tarjetas magnéticas!).

Lo más moderno era el ascensor, que indicaba que era para cuatro personas pero se le olvidaba matizar que estas debían ser extremadamente delgadas y atléticas, con un gran uso de la imaginación a la hora de colocar brazos y maletas.

Como dato curioso, en la habitación te daban un secador de pelo aunque en el baño no hubiera enchufe. Ninguno.

El desayuno era correcto y de él no me quejo; sacié las ansias de pan de cereales que llevaba un tiempo arrastrando. Y me acabé la última tarrina del paté bueno.

El hotel contaba con un parking situado dos manzanas más abajo y cuyo mando de la puerta (algo deteriorado y reparado con celo de emergencia) te dejaba el encargado de la recepción (un señor muy simpático y que sonreía siempre pese al dolor que debía causarle mi inglés), pero después de sacar el coche del parking tenías que volver atrás al hotel a devolver el mando porque era el único que tenían.

Pero bueno, era barato, era una oferta (o «rebaja», que es una de las pocas palabras que conozco en eslovaco) y, teniendo en cuenta que estábamos en Viena y Viena es cara —más si vienes de Bratislava porque estás acostumbrado a otro rango de precios—, para una noche nos fue perfecto.

Una escapada a Viena: huerto urbano
En Barcelona los huertos urbanos se pusieron de moda en las terrazas de los edificios, pero en Viena prefieren las plazas

Tras dejar atrás el hotel nos dirigimos a zonas más céntricas de la ciudad. Aparcamos el coche en otro parking (nuestro parking habitual estaba lleno —no sé qué pasaba esa semana en Viena— y acabamos en uno que pertenecía a un hospital y, aunque era bastante grande, solo tenía máquina para pagar justo en la entrada, por lo que si aparcabas lejos te tocaba después hacer maratón) y fuimos a pasear sin rumbo fijo.

Acabamos entrando en una universidad (no nos colamos, tenían las puertas abiertas) que me enamoró: contaba con un campus amplio en su interior con jardines, bancos, stands con libros en diversos idiomas, un supermercado Billa, una cafetería ambulante con la forma de un carro con ruedas, otra librería y varias facultades dedicadas al estudio de las letras y culturas varias (con hincapié en la japonesa).

Después de patear el campus volvimos a la ciudad, nos tomamos un refresco, hicimos fotos a sitios pintorescos (como el jardín urbano de la foto de arriba y un bar de tapas españolas —del que subí una foto a Instagram que os pondré también aquí abajo—) y llegamos a nuestra tienda de destino: Tattoo & Art Vienna. Es el local donde Xavi se hizo su tatuaje el año pasado y donde reservé hora para hacerme yo también dos tatus pequeños. Así que antes de que acabe esta semana tendré mis primeros dos tatuajes (subiré foto cuando la piel alrededor deje de estar en tonos rojo pasión) tras años de decir: «voy a hacerme un tatu, voy a hacerme un tatu» y no cumplirlo.

Una escapada a Viena: jardín japonés en la universidad
Para los curiosones, el código QR de la foto dirige aquí

Era la una y pico y no teníamos hambre (si yo sabía que comer tanto pan de cereales iba a tener consecuencias, pero una es débil) por lo que cogimos el coche y volvimos a Bratislava. De camino, y porque estábamos perezosos, pillamos la comida en un McAuto. En Bratislava hay McDonalds —con precios más económicos que en España— pero no Burger King. Por cierto, no sé si está en España pero de ser así os recomiendo la hamburguesa Maestro de pollo con guacamole.

Y ahora no nos queda más que esperar a que pasen unos días antes de volver a Viena a que me tatúen el hombro y la muñeca. Espero que la siguiente entrada que publique sea con el resultado; eso significaría que no estornudé en el momento menos apropiado.








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