Hoy es mi cumpleaños, y para celebrar estos últimos ventitantos (me acojo a la enmienda —si es que eso existe en España (o Eslovaquia)— que defienda que no tienes por qué celebrarlos todos de golpe), os traigo fotos variadas de las dos ferias medievales que hemos visitado en estos meses.
Aquí —ojo, que me pongo lírica—, cuando el hielo se funde y despuntan los primeros rayos de sol, brotan como setas las ferias temáticas, los ciclistas y los zapatos horteras. Y alguna que otra moto, pero son casos muy puntuales.
Y como Xavi se ha comprado una bici, yo me voy a dedicar a los caballeros de brillante armadura. Lo de los zapatos con pompones se lo dejamos a los eslovacos.
Cartel ilegible con el programa oficial de la feria |
La primera feria que visitamos fue a las afueras de Bratislava, a menos de una hora —en coche o carro de caballos— de nuestra casa. Nos tocó un día bastante nublado —amenizado con lluvia al final—, pero al menos la celebraron en un terreno abierto cubierto de césped que le daba cierta ambientación. Era bastante pequeña, pero muy concurrida.
Pusieron bastantes puestos de comida en la periferia junto a unas mesas comunes. En uno de esos puestos fue donde probé por primera vez la kofola, junto con una especie de bocadillo rústico de pollo que les gusta mucho hacer por aquí —también conocido como ciganska—. La kofola es la versión eslovaca de la Coca-Cola. El sabor es bastante diferente y dicen que es bastante más sana. A mí me gusta, pero muy sana no la veo yo.
El refresco nacional eslovaco (para niños y gente sana) |
En el centro del solar se concentraban varias tiendas de productos artesanales aptos para todos los gustos (juguetes, armas y armaduras, tallas de madera, comida y bebida preparadas para llevar a casa, decoración para el hogar, joyas, etc...). A ambos lados dedicaron unas explanadas para las exhibiciones de «caballeros que luchaban» —a pie y a caballo— y de animales (son típicas las de cetrería, aunque podrían haber usado cuervos en lugar de halcones con tranquilidad, porque en este país su tamaño es colosal —casi como el de los mosquitos—).
El recuerdo más memorable que tengo de esta feria es la estupenda botella de vino de grosellas que nos llevamos para casa (soy fan de las bebidas de color rojo, qué le vamos a hacer) junto con un pote de miel artesanal con regusto a vainilla. No hice foto, así que os vais a tener que creer que eso existe.
En esta ocasión nos acompañó Kori, una amiga eslovaca, que con una paciencia infinita nos fue explicando y traduciendo todo (al inglés), ya que cada dos por tres el pregonero soltaba unos discursos enormes en el idioma autóctono, como es natural. Yo me habría enterado más si tiraran del latín antiguo, que hice un año en el cole, pero no se metieron tanto en el papel.
Ahora os voy a dejar con un primer carrusel de fotos que hice en esta feria. No las critiquéis mucho, que son de mi móvil
La segunda —y última— feria de este año ha sido una de las más famosas: la de Rotenstein. Para esta sí que tuvimos que desplazarnos a mayor distancia (aún así, sin llegar a las dos horas en coche). El presupuesto de esta feria también era superior al de la anterior (es como entrar en las diferencias entre la primera y última película de Fast & Furious, donde se nota que contrataron algún guionista que permitió a los personajes ir más allá del «¡qué guay!» o el «¡tío, cómo mola!»), así como la afluencia de gente. Es lo que tiene cuando cobran por entrada —la anterior fue gratuita—.
Ese día hizo un calor espléndido (el que los inviernos sean duros por estos lares no quita que tengamos bastantes días de primavera y verano de treinta y muchos grados) y pillamos nuestra primera insolación en Eslovaquia, porque íbamos desprevenidos y no llevábamos gorras ni protector solar —y por supuesto, yo iba con camiseta de tirantes—. Las semanas siguientes fueron un derroche de cremas hidratantes.
Volviendo a la fiesta en sí, esta fue bastante más espectacular. Nos acompañó Kori de nuevo, junto con su novio Chris, y Pili (la madre de Xavi, que estuvo con nosotros por esas fechas conociendo la ciudad). La feria se desplegó en los patios interiores de un castillo rodeado por el típico «foso» —lago estrecho con barcas— y los espectáculos se sucedían uno detrás de otro. Cada metro y medio en el césped podías ver a una pareja o familia tumbada disfrutando del evento, comiendo alguna de las delicias que cocinaban, o echando una siestecita (aquí podías ver quiénes eran los veteranos, que llevaban con ellos una lona adecuada para tumbarse en el césped —sí, ya hemos comprado una en el Decathlon—).
Ahora os dejo con un par de carruseles de fotos de esta feria. La mayoría son de mejor calidad —aunque he tenido que editar una en la que salía mi famoso índice, qué le vamos a hacer— ya que Xavi me prestó su teléfono. Aun así, faltan muchas, porque cuando hicieron el torneo de caballería el sol pegaba muy fuerte y nos daba de cara al hacer todas las fotos.
Foto 1
Foto 2 Foto 3 Foto 4 Foto 5 Foto 6 Foto 7 Foto 8 Foto 9 Foto 10 Foto 11 Foto 12 Foto 13 Foto 14 Foto 15 Foto 16 Foto 17 Foto 18 Foto 19 Foto 20 Foto 21 Foto 22 Foto 23 Foto 24 Foto 25 Foto 26 Foto 27 Foto 28 Foto 29 Foto 30 Foto 31 Foto 32 Foto 33 Foto 34 Foto 35 Foto 36 Foto 37 Foto 38 Foto 39 Foto 40 Foto 41 Foto 42 Foto 43 Foto 44 Foto 45
Y ya por último, y porque me ha hecho mucha ilusión, os informo que la foto del pancake que aparece con el título ha sido mi primer regalo (el SMS de Perfumerías Druni que se adelantó ayer no cuenta), cocinado por Xavi a primerísima hora de la mañana (el mejor detalle es que no haya puesto velas). Todavía me dura el empacho.
Espero que os haya gustado la entrada, ¡podéis ponerlo en los comentarios! Y, si tenéis ganas de leer más, en este enlace os dejo la reseña que he publicado en el otro blog más literario.
¡Nos leemos!
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